PA1. MI ENTORNO_Las cosas a mi alrededor
Ubicado en el corazón de la Ciudad Fallera, en Valencia, mi taller es una vieja nave que he adaptado para realizar mi trabajo artístico y creativo. Este espacio, con techos altos y paredes desnudas, refleja la esencia del entorno en el que se encuentra, un lugar dedicado tradicionalmente a la creación artística de las Fallas. En mi taller, exploro técnicas como la pintura, la escultura o el grabado, aprovechando la libertad que ofrece un lugar tan versátil y lleno de historia. Aquí, la luz natural inunda cada rincón, permitiendo que el proceso creativo fluya de manera orgánica, mientras el ambiente industrial proporciona una atmósfera única que combina la tradición artística con la modernidad.
La Ciudad Fallera de Valencia, es un lugar cargado de tradición artística, donde se crean los monumentos que dan vida a las famosas Fallas. Este lugar, impregnado de historia y creatividad, es donde el arte efímero cobra vida cada año. Un barrio dedicado principalmente a la producción de las Fallas, monumentos escultóricos que se erigen durante las festividades y luego son quemados, simbolizando la renovación y el cambio. Pasear por sus calles es adentrarse en un microcosmos donde el arte es el motor de todo; grandes talleres y naves industriales albergan a los artesanos falleros, escultores y pintores que trabajan en estos proyectos monumentales. El ambiente aquí es siempre vibrante, lleno de actividad y el inconfundible aroma de los materiales en proceso de transformación, como la madera, el cartón piedra y la pintura. Este entorno, a medio camino entre lo tradicional y lo industrial, no solo rinde homenaje a una de las tradiciones más importantes de la ciudad, sino que también sirve como un espacio de inspiración para todo tipo de artistas, permitiendo que la creatividad florezca en formas inesperadas y con una conexión directa con la cultura valenciana.
Al cruzar el umbral de la puerta metálica, me encuentro con un espacio que transmite una sensación inmediata de amplitud y libertad. El techo, a más de ocho metros de altura, está sostenido por vigas de madera y acero oxidado que cuentan historias de un pasado funcional, pero que ahora sirven como testigos silenciosos de mi trabajo artístico.
Las paredes de ladrillo son sucias y rugosas, manchadas por años de trabajo previo y ahora salpicadas por mis propios trazos de pintura y tinta. Hay una sensación cruda y auténtica en estas paredes; no están diseñadas para ser bonitas, pero para mí, su imperfección es una forma de belleza. Algunas secciones de la pared están cubiertas con tablones de madera donde cuelgo bocetos, pruebas de color y herramientas de trabajo. Es como si las paredes mismas fueran un lienzo donde mi proceso creativo queda registrado.
El suelo, de valdosines gastados, está marcado por innumerables pasos, gotas de pintura y restos de materiales. Aunque muchas veces trabajo sobre él con total libertad, también he habilitado una gran mesa central donde realizo las obras. La mesa, de madera robusta y gastada por el uso, es el corazón de mi espacio de trabajo. En ella, las herramientas de trabajo están perfectamente organizadas: pinceles, rodillos y tintas ocupan un lugar central, siempre al alcance de mi mano. A los lados, se encuentran todas las estanterias donde coloco los utensilios de dibujo y pintura, con pinceles y paletas extendidos sobre una mesa auxiliar.
Una de las características más importantes del taller es la luz. Grandes ventanas de vidrio, ubicadas en el techo, permiten que la luz natural inunde el espacio durante gran parte del día. Esta luz, a menudo tamizada por el polvo o los días nublados, juega un papel esencial en mi proceso creativo, proporcionando la claridad necesaria para trabajar con precisión en los detalles de mis obras, mientras genera sombras profundas que agregan un carácter casi teatral al espacio.
Aunque la nave es amplia, he logrado crear pequeños rincones más íntimos. En una esquina, tengo una estantería repleta de libros de arte, teoría y referencias visuales, junto a una silla vieja pero cómoda donde a menudo me siento a reflexionar o a hacer anotaciones. El contraste entre la vastedad del lugar y estos pequeños refugios personales crea un equilibrio perfecto para mi trabajo: por un lado, tengo el espacio físico para crear en gran formato, y por otro, tengo zonas que me permiten introspección y descanso.
El entorno industrial de la Ciudad Fallera también se siente en el ambiente. A menudo, se oyen sonidos de martillos, maquinaria y conversaciones lejanas de otros artistas trabajando en sus propias creaciones. El eco de estos sonidos rebota en las paredes de mi taller, recordándome que, aunque este es mi espacio personal, estoy rodeado de una comunidad artística. Esta combinación de actividad externa e introspección interna es lo que hace que este lugar sea único para mí.
La experiencia del entorno
¿Por qué has elegido este lugar?
Elegí este lugar porque que es uno de los espacios donde mas tiempo paso a lo largo de los días. Esta nave me brinda un espacio amplio donde puedo moverme con libertad, lo cual es esencial para mis proyectos, especialmente las obras de gran tamaño. Además, estar en un entorno tan vinculado a la creación artística, rodeado de personas que también trabajan la artesanía, me conecta con una energía creativa constante. Este espacio tiene historia, carácter, y una autenticidad que siento que no encontraría en otro sitio.
¿Qué te hace sentir a gusto?
Me siento a gusto porque aquí puedo ser yo mismo. Es un espacio que, a pesar de su naturaleza industrial, me da una sensación de calma y libertad. Puedo permitirme hacer ruido, manchar las paredes y el suelo con pintura, y no sentir que estoy rompiendo algo delicado. La luz natural es otro factor que me hace sentir bien; me ayuda a trabajar mejor y me da una sensación de conexión con el mundo exterior. Es mi refugio, pero también un lugar donde puedo experimentar y probar cosas nuevas sin miedo a equivocarme.
¿Existe algún elemento molesto?
Si tuviera que señalar algo, sería el ruido que a veces llega del exterior. El ambiente de la Ciudad Fallera tiene momentos de mucha actividad, y aunque normalmente lo disfruto, hay días en los que esos ruidos pueden romper mi concentración. También, por ser un espacio tan grande y abierto, en invierno puede hacer bastante frío y en verano, calor. Pero, de alguna forma, estos pequeños inconvenientes forman parte del carácter del lugar, y me he acostumbrado a ellos con el tiempo.
¿Crees que te sentirías igual en otro espacio ahora mismo?
No creo que me sentiría igual. Este taller está muy conectado con mi proceso actual, tanto a nivel emocional como práctico. Cambiar de espacio sería como cambiar una parte de mi método de trabajo. Aquí he desarrollado un ritmo y una forma de trabajar que no sé si podría replicar en otro lugar. Además, la atmósfera de la Ciudad Fallera, con su tradición artística, me aporta una inspiración que sería difícil encontrar en otro sitio.
¿Piensas que las condiciones de este espacio influyen sobre sus
ocupantes? ¿Cómo?
Absolutamente. Este espacio, con su vastedad y su historia industrial, casi te obliga a pensar en grande, a salirte de las estructuras rígidas. A mí me impulsa a ser más audaz en mis creaciones, a probar técnicas nuevas y a no tener miedo de tomar riesgos. Al mismo tiempo, el ambiente me recuerda que el arte no siempre tiene que ser perfecto, que el proceso puede ser tan importante como el resultado. Aquí, la libertad física se traduce en libertad creativa, y creo que cualquiera que trabaje en un entorno así se sentiría igual.
¿Cambiarías alguna cosa?
Quizás, si pudiera, haría algo para mejorar la temperatura en invierno y verano, y tal vez trabajaría en la acústica para que los ruidos no interfieran tanto en mi concentración. Pero, sinceramente, estos son detalles menores. Lo esencial de este espacio ya está ahí: su carácter, su luz, y la sensación de estar en un lugar donde puedo ser completamente libre en mi trabajo. Cambiar demasiado podría romper esa conexión especial que tengo con este lugar.
PA1. MI ENTORNO_Peter Zumthor “Atmósferas”
Comentario sobre «Atmósferas» de Peter Zumthor
El texto “Atmósferas” de Peter Zumthor aborda una de las cuestiones más fundamentales de la arquitectura: la capacidad de un espacio para conmover a quienes lo experimentan. Desde el principio, Zumthor nos invita a alejarnos de la visión de la arquitectura como algo que debe impresionar por su prestigio o reconocimiento, y nos lleva a pensarla desde la emoción. La calidad arquitectónica no se mide por la fama, sino por el impacto emocional que genera. Esta reflexión es clave cuando pensamos en los entornos que habitamos día a día y cómo estos influyen en nuestras vidas sin que muchas veces seamos del todo conscientes.
Uno de los puntos más interesantes que Zumthor desarrolla es la idea de la primera impresión que nos causa un edificio. Tal como ocurre al conocer a una persona, la primera experiencia sensorial que tenemos al entrar en un espacio nos transmite una atmósfera que percibimos casi de manera instantánea. Para Zumthor, esa atmósfera no es algo superficial, sino que habla directamente a nuestras emociones. En cuestión de segundos, un edificio puede generarnos aceptación o rechazo, curiosidad o tranquilidad. En este sentido, la arquitectura se convierte en algo profundamente personal, y cada entorno que habitamos puede influir en nuestro estado de ánimo de maneras que a veces no podemos controlar.
Zumthor también habla de la magia de lo real : esa sensación que nos generan los espacios físicos cuando los habitamos. A través de un ejemplo personal, narra cómo estando en una plaza fue capaz de sentir una conexión con el entorno, donde los colores, los sonidos y hasta las personas formaban parte de una atmósfera única. Al cambiar el escenario, sus emociones desaparecieron. Esto demuestra el fuerte vínculo que existe entre la arquitectura y las sensaciones que evoca, lo que nos lleva a pensar que el diseño de un edificio o un espacio no solo debe responder a criterios funcionales, sino también emocionales.
Además, el arquitecto resalta la importancia de la materialidad en la creación de atmósferas. Los materiales con los que está construido un edificio son fundamentales para generar un ambiente particular. La textura, el color y la interacción de los materiales con la luz influyen en cómo percibimos un espacio. Como habitantes de estos entornos, muchas veces no somos conscientes del papel que juegan los materiales en nuestra experiencia diaria, pero están allí, creando una atmósfera que afecta nuestro estado de ánimo y nuestra relación con el espacio.
Un aspecto fascinante del texto es cuando el autor menciona el sonido y la temperatura del espacio, elementos que, aunque no siempre visibles, son cruciales para definir la atmósfera de un lugar. El sonido de los pasos en una plaza, el murmullo de una conversación, o el silencio absoluto de un edificio, todo forma parte de la experiencia sensorial que vivimos. En este sentido, cada espacio tiene su propio «sonido», que puede ser acogedor o inquietante, y la arquitectura juega un papel esencial en cómo estos sonidos son amplificados o atenuados.
Zumthor también habla de la temperatura del espacio, algo que a menudo damos por hecho. La sensación de frescura en un edificio de madera o el frío metálico de una estructura de acero son ejemplos de cómo los materiales afectan la percepción física de un lugar. Un entorno bien diseñado es aquel que tiene en cuenta estos factores, logrando que quienes lo habiten se sientan cómodos y conectados con el espacio.
Otro de los puntos cruciales en el texto es la idea de la coherencia . Zumthor defiende que un edificio no solo debe ser bello, sino también útil y coherente en su diseño y uso. Esto significa que cada parte de la construcción debe responder a las necesidades del lugar y de las personas que lo utilizarán. Un edificio que no tiene en cuenta su función está condenado a ser olvidado o, peor aún, rechazado. Aquí podemos ver la arquitectura no solo como un arte estético, sino como un arte útil , donde la belleza se encuentra en la armonía entre la forma, el lugar y el uso.
Zumthor nos deja con una reflexión sobre la luz, un elemento que para él es esencial en cualquier obra arquitectónica. La luz natural transforma un espacio, y el juego entre sombras y luces puede hacer que un edificio cobre vida o se vuelva monótono. Un buen arquitecto es aquel que sabe utilizar la luz como un material más, pensando en cómo esto interactuará con las superficies y los materiales del edificio.
En conclusión, Peter Zumthor nos invita a repensar la arquitectura desde una perspectiva mucho más sensorial y emocional. Cada espacio que habitamos está lleno de detalles que influyen en nuestra percepción y en nuestras emociones, desde los materiales utilizados hasta la temperatura y el sonido que generan. La arquitectura no solo construye edificios, sino también experiencias, y es en estas pequeñas atmósferas donde encontramos su verdadero valor. Como estudiantes y profesionales de la arquitectura, es esencial tener en cuenta estos aspectos para crear entornos que no solo sean funcionales, sino que también conmuevan y enriquezcan la vida de quienes lo habitan.